Es una referencia artística de Gualeguay. Un orgullo para todos los que compartimos su terruño. Un ejemplo de vida que transcurre entre el amor por los animales, la compañía de su esposo Lito y la pasión por la pintura.
Llegar al taller de Marta Líbano, en su casa, es un viaje a un mundo pictórico. Cada rincón ha sido ocupado, cuidadosamente, por una de sus obras, que se empujan unas a otras por conseguir un espacio. Sucede que a la artista le cuesta dejar ir sus obras y prefiere guardarlas para mostrarlas a quien desee llegar a su lugar.
Lejos quedó el papel de estraza que tomaba de arriba de los mostradores del almacén de su papá y donde trazó sus primeros dibujos. “Había como unos cajones que tenían el plano inclinado y yo sacaba los lápices y me ponía a dibujar al carrero que venía, al panadero. Por supuesto que yo molestaba, entonces me echaban, pero yo seguí dibujando, aunque no tuviera quién me apoyara.
“En esa época tenías que estudiar y ser buena alumna, el dibujo, la danza, todas esas cosas no eran necesarias, incluso en esa época hasta no se veía muy bien que a alguien le gustara ser bailarina”, recuerda Marta, que recién tuvo su oportunidad cuando llegó a primer grado inferior. “La maestra trajo una lámina con un gato que se asomaba y un ratoncito que estaba por comer un queso, entonces nos contó un cuento. Después nos dijo que saquemos el cuadernito para dibujar algo de la lámina que estaba en el pizarrón y a mi juego me llamaron. Hice el dibujo y la maestra llamó al portero, yo dije sonamos, acá también me van a retar, pero mandó el cuadernito por todas las aulas para mostrarlo”.
Ese sería el primero de muchos, porque durante toda su carrera docente siguió dibujando como parte de su labor. “No lo ocultaba, pero en ninguna otra parte me animaba a decir que pintaba, hasta que un día llegaron, por otro motivo, Zélika Alarcón y el esposo y me vieron que yo estaba pintando un cuadro de un preso, de un viejito al que yo daba clases en el penal. Me invitaron y por primera vez me animé a una muestra comunitaria en el Club Social”.
Esa muestra, que consistía en una poesía y una interpretación, fue la primera en la que Marta se animó a compartir, a dejar de esconderse como en el almacén. “Como tenía el cuadro —reseña—, busqué una poesía de Romani que decía que los zorzales no podían estar entre rejas porque se morían y presenté eso con el cuadro de Juancito Barrenechea, que aprendió a leer, escribir, sacar cuentas, multiplicar y dividir conmigo. La única letra que le costaba era la P de papá, porque el asunto era que, en una pelea, borracho, lo había matado al padre. A él lo pinté y lo presenté”.
Con ese despertar fue que alguna vez se animó a mostrar sus trabajos a Asef Bichilani. “Le pedí que viera mis cosas, pensando que las iba a ponderar, pero me dijo: ‘esto no tiene ningún valor porque es una copia de algo que ha hecho otra persona’. Ahí empecé, aunque fue difícil para mí, porque necesitaba tener una ayuda de un profesional que me enseñara, pero me las rebusqué sola para combinar colores.

En cuanto a qué pintar, su elección es clara: personas, aunque quienes visitan sus exposiciones prefieren los paisajes. “Nunca quieren un cuadro con una persona, es así, pero a mí me gusta y lo sigo haciendo. Primero pensaba que las hacía muy mal, que por eso no gustaban”, reconoce.
—¿Cómo elegís los lugares?
—Ando con los perros por todos lados y eso me ha ayudado. Además, siempre me ha gustado mucho caminar y cuando veo un lugar no lo hago de mañana como lo vi, a lo mejor lo hago de tarde o de noche, porque me gusta observar, mirar todo, los detalles.
—¿Te gusta pintar escenas nocturnas?
—Sí, mucho. Pinté uno de acá de la esquina de Salta y 3 de Febrero, una noche que llovía, con las luces prendidas. A Tuky (Carboni) le gustó tanto que se lo regalé. Después hice otro, con la luna, que se lo regalé a Claudia, su hija, porque me ayudaron mucho con la última muestra.
—¿Vendés tus cuadros?
—He vendido un montón de cuadros y todas las cosas que tengo en el taller, como los atriles, las he ido adquiriendo con ese dinero, pero este año no quise vender… en realidad no es que no quise, pero por empezar no sabía cuánto se podía cobrar un cuadro y me pareció un disparate lo que me decían que tenía que cobrar. Entonces a las personas que yo quiero se los he regalado, que sé que los van a valorar.
Si bien continúa pintando, Marta no piensa en exponer. Su última muestra fue en mayo de 2024 y siempre prefiere esperar bastante para volver, sobre todo por todo el esfuerzo que lleva prepararla. “Los marcos me los hace un carpintero en crudo y toda la pátina se la hago yo, que aprendí de mirar, para darle color. Es mucho trabajo y necesitás mucha ayuda, así que me tomo un descanso”.
—¿De la pintura también descansás?
—No, no, eso no. Por ahí si no he pintado, cuando vengo al taller a la tarde, porque de mañana estoy ocupada, voy haciendo en un cuaderno el dibujo de los lugarcitos que me gustan.